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miércoles, 17 de agosto de 2011

Cierran en Ecuador 30 clínicas ilegales que ofrecían cura para la homosexualidad


Ecuador clausuró en lo que va de año cerca de 30 clínicas ilegales que consideraban la homosexualidad como una enfermedad, por lo que ofrecían una posible cura a ésta, mientras que colectivos homosexuales creen que podrían existir en el país alrededor de 200 centros de este tipo.
"Dicen que son 200 en el país, es posible, si nosotros clausuramos casi 30, seria muy importante que denunciaran (los afectados) para que se clausuraran todas (las clínicas ilegales)", dijo en una entrevista a Efe el ministro de Salud Pública encargado, Nicolás Jara.
Karen Barba, representante de la fundación Causana, explicó que estas clínicas se esconden detrás de centros de rehabilitación de personas adictas a las drogas, que aparentemente son legales, pero que se convierten en inconstitucionales cuando dan tratamientos a homosexuales, ya que la Carta Magna del país, aprobada en 2008, es la primera que reconoce los derechos de estas personas.
Paola Ziritt, de 28 años, estuvo dos años ingresada en uno de estos centros, donde "fue perdiendo las fuerzas para vivir", tras sufrir diferentes abusos, incluso sexuales, insultos y torturas, como estar esposada, días sin comer, palizas o que los guardias le tiraran orina o agua helada por encima.
"Fue denigrante, humillante, horrible", aseguró Ziritt, quien estuvo tres meses sola, esposada en una habitación que le llamaban "la sauna", puesto que ahí dentro no había nada más que unos tubos, donde estaba atada y ni tenía luz.
Un día, uno de los guardias se le acercó y se bajó la cremallera de la chaqueta.
Debajo de la cazadora, guardaba un trozo de pan, un yogur, leche y el libro "El hombre en busca de sentido", que relata las vivencias de su escritor, Viktor Frankl, en un campo de concentración nazi.
Pese que la madre de Ziritt fue quien la ingresó a la clínica, pues en ese entonces pensaba que la homosexualidad se podía curar, ella misma la sacó de ahí, después de que su hija le hiciera llegar, a escondidas, una carta.
Aunque Ziritt logró salir hace casi cuatro años, lamenta que la clínica en la que estuvo sigue abierta, pese que tiene múltiples denuncias, pues, según ella, muchos de estos centros "son una mafia que pagan dinero" para que no los clausuren.
Por su parte, Jara destacó que junto al ministerio de Interior están trabajando para cerrar estas clínicas "clandestinas" que están al margen de la constitución y son "un engaño", porque "no hay tratamiento para la homosexualidad".
En este mismo sentido, se manifestó el Defensor del pueblo ecuatoriano, Fernando Gutiérrez, quien enfatizó que "legislación no autoriza" el tratamiento de la homosexualidad "como una enfermedad", por lo que si hubiera un centro de este tipo se clausuraría.
Jara y Guerrero también coincidieron que, el temor a las represalias, hace que las víctimas no denuncien a las clínicas, pero pidieron a los colectivos homosexuales que saquen a la luz esta situación.
Sin embargo, la activista Cayetana Salao manifestó que los homosexuales "no se sienten protegidos por el Estado" y explicó que diferentes colectivos organizaron recientemente un simbólico juicio en el cual el principal testimonio fue Ziritt y en el que se juzgó a diferentes autoridades por la existencia de los centros.
Entre el público estaba la asambleísta, María Paula Romo, del movimiento político de ruptura de los 25, quien manifestó que pese que la "ley y los reglamentos prohíben" la existencia de estas clínicas es "totalmente deficiente la aplicación" de la legislación.
Romo también resaltó que hay "discursos religiosos y políticos que se reproducen en la familia" y que reflejan perjuicios contra los homosexuales, lo que se tiene que combatir con educación, pues recordó que, en la mayoría de los casos, es la misma familia quien ingresa a las personas en estos centros.
Pese a todo, Ziritt también aprendió algo dentro de esa clínica y las fuerzas y las ganas de vivir es lo que transmite ahora en unos talleres que da a niños de la Amazonía ecuatoriana para prevenirlos de posibles abusos sexuales y de la violencia familiar.

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viernes, 5 de agosto de 2011

La carreta vacía: “el que sabe habla poco, el habla mucho sabe poco”

La carreta vacía: "el que sabe habla poco, el habla mucho sabe poco"

Haisai!

 

Comparto con Ustedes un hermoso texto titulado "La Carreta Vacía" escrito por Alfonso Anguilo Pastrana que me fue remitido por un amigo y considero hará reflexionar a más de uno. Buen inicio de semana para todos.

 

El que sabe, suele hablar poco; el que habla mucho, suele saber poco. El que profundiza en las cosas, suele hablar con prudencia y con mesura

 

«Caminaba despacio con mi padre, cuando él se detuvo en una curva y, después de un pequeño silencio, me preguntó: "Además del canto de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?". Agucé el oído y le respondí: "Oigo el ruido de una carreta". "Eso es —dijo mi padre—, una carreta, pero una carreta vacía". Pregunté a mi padre: "¿Cómo sabes que está vacía, si aún no la hemos visto?".
»Entonces mi padre respondió: "Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por el ruido. Cuanto más vacía va la carreta, mayor es el ruido que hace".
»Me convertí en adulto, y ahora, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación, siendo inoportuna o arrogante, presumiendo de lo que tiene o de lo que es, mostrándose prepotente o menospreciando a los demás, tengo la impresión de oír de nuevo la voz de mi padre diciendo: "Cuanto más vacía va la carreta, mayor es el ruido que hace". La humildad hace callar a nuestras virtudes y permite a los demás descubrirlas, y nadie está mas vacío que quien está lleno de sí mismo.»


Es interesante el mensaje que nos deja de este viejo relato. Cuando imaginamos el paso de una carreta llena de carga, esforzada, silenciosa, un poco hundida por el peso que lleva, esa imagen nos transmite una sensación de plenitud y de silencio. Y algo parecido sucede con las personas. Hay vidas que están llenas de contenido, de esfuerzo y de sentido. Suelen ser vidas activas y luchadoras, pero hacen poco ruido. Son vidas que no cuadran con los alardes grandilocuentes de actividad, ni con los excesos de protagonismo personal, ni con el individualismo que suele delatar ocultas faltas de rectitud y de sentido de servicio.
Tengo el convencimiento de que la soberbia es la clave de casi todos los conflictos humanos. Formas de soberbia más o menos elaboradas, más primarias o más sutiles, pero siempre la soberbia está en la raíz de las actitudes que los provocan. En las personas más simples, se nota enseguida. En las más inteligentes, cuesta un poco más, pues con el tiempo van aprendiendo a disimularlo.


Cuando vemos que alrededor de una persona los conflictos tienden a enconarse, o que surgen distanciamientos o desencuentros tontos, o que a su alrededor los equipos humanos se desunen o se rompen, casi siempre está detrás ese empeño vanidoso e histriónico de la soberbia. Puede adoptar muchas formas, pero casi siempre son variantes de lo mismo: ese afán un tanto ridículo por dejar constancia del propio mérito, la susceptibilidad enfermiza que quien se siente agraviado constantemente por auténticas simplezas, las pugnas y desavenencias absurdas por una pequeña cuota de protagonismo personal, los agradecimientos exigidos y contabilizados, las ayudas aparentemente desinteresadas pero que luego reclaman una sumisión perpetua, los consejos que se dan con aire liberal pero que luego sienten como una traición que no se sigan. Todo eso suele estar tejido y comunicado por el correoso hilo de la soberbia, e identificado por la falta de calado y de silencio interior.


El que sabe, suele hablar poco; el que habla mucho, suele saber poco. El que profundiza en las cosas, suele hablar con prudencia y con mesura. Los que hablan a la ligera y hacen juicios precipitados sobre las personas o los asuntos, suelen hablar demasiado. Son personas que con su alma vacía hacen chirriar el ambiente en todo su entorno, como las carretas vacías. Y chirrían sobre todo porque les falta el aplomo de la verdad. Porque la verdad, sobre todo en las cosas más patentes e inmediatas, es lo que más enerva al soberbio, que ve a la verdad ahí, independiente de él, imponiendo todo el peso de sus exigencias intelectuales y morales. Porque la verdad fastidia su constante búsqueda de la satisfacción personal, y eso no lo soportan

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